viernes, marzo 26

22 Long Rifle



Otra bala más se clavó en la pila de madera. Sobre las marcas del tiro al blanco, el destino era una pieza de vals sin música. Lo único claro, por ese tiempo, era golpear sobre la punta suave de un percutor anular –lo hacía por el gusto de sentir el olor a pólvora un segundo después de ver salir una estela de humo. Los ritos de batalla, detrás de su máscara de violencia, guardaban secretos sutiles que los que disparaban protegían como beatos. La pólvora la hacía pensar en el aroma suave del fósforo quemado de las tareas de la casa y en las osamentas secas que traían los perros a la mañana. Encender la salamandra en invierno, hacer repiquetear el tanque de agua para los baños de la noche. Sobre el escritorio había un container de municiones importadas, cien cartuchos prolijamente dispuestos sobre sus orificios bajo la etiqueta azul de 22 long rifle. Contó once adentro del cargador sin furia y se encaramó apoyándose contra la estructura de hierro que sostenía la parra. Disparó contra las hojas del diario inglés, sobre las páginas de la sección de deportes, sobre las fotografías atléticas de los tenistas. Hacía buenas agrupaciones a pesar del mal pulso. Apoyaba el arma contra el hombro, en la parte de adentro, y después de tirar sentía la tensión sobre el músculo. A veces la tirantez se convertía en un dolor agudo, y otras en un calambre enérgico que le impedía levantar el brazo. Igual continuaba, y recién cuando la recámara estaba vacía, se acercaba a mirar por donde habían entrado las balas, corría la página, apoyaba las yemas sobre la madera buscando el orificio redondo, distinto de las estrías naturales del tronco y del hacha. Cada detonación era un bálsamo. Aún cuando de noche el ruido de las percusiones la hiciera soñar con estampidas que pasaban destruyéndolo todo –a veces eran búfalos, otras simplemente ciervos. Las noches aterradoras, sin embargo, soñaría con pequeños conejos blancos: gazapos que podrían no haber tenido más tamaño que el de un terrón de azúcar. Disparó durante varios días seguidos y de noche, cuando durmió, hubo animales. Por primera vez, se sentía la doble silvestre de sí misma y descendía de la pólvora quemada.

2 comentarios:

Adrian Orellano dijo...

Muy hermoso. Voy a explorar tu blog, a leerte.

C.E dijo...

Vale, volviste al blog, qué bueno!

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